MATEMÁTICAS EN PELICULAS
UN POCO DE LITERATURA
- Einstein va al cielo
Todas las familias tienen su oveja negra y, en la mía, esa era yo. Varios hechos me
delataban. Había estudiado matemáticas con la intención de resolver uno de los problemas
más famosos, la conjetura de Goldbach, que tiene que ver con los extraños y enloquecidos
números primos, pero una tía me advirtió que mis esperanzas podrían verse frustradas por
imponerme una meta casi imposible y obsesiva. Preferí ampliar mi visión del mundo
estudiando la físico-química en un entorno corporativo y tan estimulante como el hipódromo
los sábados por la tarde. Finalmente hice algunos intentos en la biología aplicando una teoría
más o menos reciente, la del caos, gracias a la cual pude entender un poco mejor fenómenos
tan variados como la aparición de los seres vivos y su enorme diversidad, el comportamiento
de los líquidos dentro y fuera de los organismos; inclusive pude acercarme a la comprensión
del origen del Universo y el significado de la vida.
De hecho, cuando mi hermana me llamó por teléfono para comentarme su idea, me di
cuenta del caos en el que había estado viviendo los últimos meses. Si bien era su hermano
querido, recurrir a mí en ese momento era un acto descabellado. Estaba yo pasando por una
de esas temporadas en que llevas el automóvil a lavar y al rato comienza a llover; si compras
un paraguas cesa la lluvia; en el momento en que te metes a la tina suena el timbre de la calle.
Aunque en realidad no tenía coche, ni paraguas ni tina.
Otros familiares más lejanos sospechaban de mi apego a la experiencia como el primer
criterio de verdad y mantenían conmigo una distancia prudente. La tarde de un domingo
familiar, cuando salía del lavamanos, alcancé a escuchar una conversación entre mis sobrinos
y sus amigos.
—Es como el doctor Cerebro, pero bien vestido —dijo uno de ellos.
—Ya está ruco —replicó otro.
—No tanto —respondió el primero—, apenas le lleva unos años a tu hermano mayor y ha
hecho cosas interesantes.
—¿Como cuáles?
—Pues... fue campeón nacional de fútbol y también sabe de números complejos.
Agradecí él cumplido y lo tomé como una buena señal: "Si al menos cree que tengo cabeza
—me dije— no verá tan mal lo que viene cocinando su madre hace algunos días."
Una mañana soleada de primavera, mientras preparaba café, esperaba a mi hermana y a
sus hijos. Al fin apareció su nueva camioneta esferoidal color algodón. El policía de la entrada
cumplió su rutina. Los dos hijos mayores de mi hermana, los gemelos Poli y Mario, iban a
cumplir 18 años de edad, mientras que la pequeña, Tibi, estaba alcanzando los 16.
Mario, que me había defendido en la fiesta familiar, y Poli eran difíciles de complacer.
Como muchos otros jóvenes citadinos, sólo conocían la felicidad impune de lo hecho a la
medida y no sabían si la estaban disfrutando o padeciendo. La producción en serie los ponía
nerviosos, ya se tratase de exámenes semestrales o de ladrillos.
Habían llegado a las mil horas de navegación en los raves, ayudaban a construir
temascales, tenían amigos que hacían instalaciones plásticas y eventos multimedios. Habían
tomado cursos para ser la mujer orquesta y el DJ iluminado. Como si la parte digital de su
cerebro dominara a la analógica, estaban mucho más capacitados que el resto de los mortales,
entre ellos su mamá y yo, para distinguir las diversas formas del acid house, hip hop,
industrial, fusión, rap, trans, techno, pop rock y la música mundial. Por fortuna no se habían
volado la cabeza en alguno de estos experimentos. Tal vez los había salvado la atención y el
cariño de mi hermana y de Solventino, su esposo, pero sobre todo la decisión de ellos mismos
de alejarse del gran mercado del placer.
Poli, más avispada y tal vez más vulnerable a las turbulencias del mundo, no podía salir de
una crisis de identidad y prolongaba un periodo de depresión y melancolía que tenía
preocupados a sus padres y a quienes la queríamos ver cómo había sido siempre: dulce,
enérgica, necia en lo creativo y sensible al sordo y a veces incomprensible acontecer social.
Vivir nunca ha sido fácil. Lo bueno era que mi hermana entendía que luchar por lo que crees
justo, tratar de cruzar por las zonas de combate sin morir en el intento, tiene su costo, y nunca
perdió la comunicación con sus hijos.
Las heridas que deja la vida pueden hacernos sentir heroicos o avergonzados, orgullosos o
arrepentidos; en cualquier caso esos sentimientos que pueblan el claroscuro de nuestro
corazón dejan su huella imborrable, mas no impenetrable. Esa misma marca puede
convertirse en una señal oportuna y clara en el camino de aquellos a quienes realmente
preocupa la injusticia y no están dispuestos a tolerarla en su propia existencia.
Al verlas pasarse la ensaladera y ordenar las verduras, madre e hijas preparando los
alimentos, bromeando por cualquier cosa, entregadas a la idea simple de construir una vida,
sentí gran emoción y orgullo por compartir mi mesa con ellas.
Mario tampoco estaba en su mejor momento. Apenas comenzaba a descubrir su lugar en la
Tierra y no sabía a qué iba a dedicarse en la vida, pero en el fondo de sí mismo comenzaba a
ver la luz. Como su hermana gemela, había dejado atrás la pubertad, pero, a diferencia de
ella, comenzaba a vivir una virilidad abierta, mientras que Poli prefería estar sola. Mario no
estaba dispuesto a seguir la corriente a los demás, aunque era bueno practicando deportes
colectivos. Tal vez sus experiencias con la mariguana lo hicieron un tanto reflexivo y solitario;
por fortuna se había librado de esa triste obsesión por la desidia que aqueja a los
consumidores frecuentes de yerba, y comenzaba a tener algunos buenos amigos. Los gemelos
habían terminado la prepa y no debían materias.
Tibi estaba a punto de iniciar el bachillerato. Era más práctica que sus hermanos y tan
rápida como una tortuga en el agua. Le gustaban los conciertos en vivo que retransmitían por
TV satelital y se ocupaba del jardín de su casa. Comía muchas legumbres, pescado y poca
carne roja. Nadaba dos kilómetros diarios y no creía que la respuesta estuviera en el viento,
en las drogas ni en las prácticas religiosas, mucho menos en las que ella llamaba "religiones
de aeropuerto", donde en un instante puedes cambiar de fe si no te satisface la actual y a cada
rato hay salidas al cielo, siempre y cuando una huelga no te envíe al purgatorio.
Se esmeraba en leer buenos libros, sobre todo novelas, y se atenía a los hechos, según dijo,
orgullosa, ante un grupo de parientes el día que bautizaron a un primo nuevo por el lado de
su padre. ¿Cómo saber que esos eran los buenos libros y no otros? Porque muchas de las
lecturas las tomaba de los estantes que cubrían las paredes de mi casa, donde también
guardaba la biblioteca de mis padres y, por tanto, sus abuelos. Con frecuencia comentábamos
situaciones e ideas, y hablábamos de las personas que giraban alrededor de esos cientos de
libros. Tibi no tenía nada que ocultar y, por el contrario, mucho que compartir.
Un día vino a preguntarme: "¿Qué demonios es eso de la incertidumbre cuántica?, algo
bastante profundo y adelantado para su edad, al menos eso me pareció a mí. Sin embargo, me
dio gusto que estuviera interesada en cuestiones calificadas de "esotéricas" por sus
compañeros, como eran el aparentemente extraño comportamiento de la luz y el destino del
Universo. Le dije que el mismo Albert Einstein estaba muy impresionado por el éxito de la
teoría cuántica como una teoría probabilista de la naturaleza. Sus ecuaciones describen el
comportamiento promedio de una vastísima colección de partículas idénticas pero no su
comportamiento individual. Sin embargo, Einstein siempre se negó a reconocer el triunfo de
la incertidumbre; no creía que la naturaleza fuera esencialmente incierta. En una carta a su
colega Max Born, Einstein aseguraba que una voz interior le decía que la mecánica cuántica
no era la teoría final. En todo caso, era una teoría incompleta que trataba de incertidumbres y
Einstein pensaba que cuando estuviera completa, entonces trataría de certezas. "Nos ha dado
mucho de qué hablar pero no creo que nos dé ninguna clave que nos acerque al secreto del
Jefe. Estoy absolutamente convencido de que Él no juega a los dados."
Tibi me contó lo que había leído la noche anterior, de cuando Albert Einstein llegó a las
puertas del cielo y pidió hablar con el Jefe. Le dijeron que no era la costumbre del lugar pero
que, tratándose de él, verían qué podía arreglarse, aunque Él iba varios cientos de millones de
años luz adelante. Einstein se aventuró por los pliegues del espaciotiempo, sobrevoló la
curvatura cósmica y se mantuvo alejado de los hoyos negros, disfrutó de las nuevas
propiedades geométricas que se iban generando conforme la luz (y el Jefe) avanzaban
colgados de la burbuja en expansión, propiedades determinadas por la clase de materia que
surgía conforme pasaba el tiempo. Por fin Einstein llegó a una esquina del Universo, donde
parecían haberse estacionado el Jefe y su comitiva. Para su sorpresa, descubrió que el rastro
paraba en un casino de una ciudad parecida a Berna, donde no hay casinos. Ahí se topó con la
casa de una joven de apellido Bright, que según la leyenda viajaba más rápido que la luz. "Un
día partió por el camino de la Relatividad y volvió la noche anterior", rezaba una placa en la
entrada. Finalmente, Einstein se enteró de que la demora que le había permitido cumplir su
cita con el Jefe se debía a que Él no había salido de ahí en siglos, pues estaba jugando... a los
dados.
Tibi era mi sobrina favorita y mi caballo negro entre las filas del enemigo, es decir, los
gemelos, que roncaban despiertos de tan sólo pensar que podríamos pasar juntos las
próximas semanas.
Ese día de primavera, después de comer y antes de que mis sobrinos se esfumaran, mi
hermana pidió que la escucháramos. Como de costumbre, no se apegó al guión preparado
por su esposo, pero estaban tan casados que ya opinaban lo mismo. Como quiera que sea,
cuando mi hermana empezó a hablar en la sobremesa se sintió la presencia del cuñado que
había venido del norte para casarse en la capital.
—Solventino y yo hemos trabajado duro estos últimos años —dijo—, y a veces eso deja.
Poli y Mario: ustedes terminaron la prepa barriéndose en home, pero han hecho un gran
esfuerzo por superar los peligros de la vida. Tibi: tú vas a cumplir 16 y terminaste el cuarto de
bachillerato muy bien. Les propongo que se vayan de viaje con su tío. Él les tiene preparada
una sorpresa, si aceptan. Además, calculo que mientras estén por allá será su cumpleaños.
Ahí les encargo que se lo celebren como se lo merece.
Hubo una pausa incómoda. Recordé los argumentos de mi hermana por teléfono: "Ya se te
ocurrirá algo. Eres el tío joven que todavía puede llevarse bien con esas bestias", dijo. Lo
primero que quise saber era si a mis queridas "bestias" les interesaba salir conmigo siquiera a
Cuernavaca. Y ahí estaba yo, frente a ellos, haciéndome de nuevo la misma pregunta. Por fin
se rompió el silencio.
—Tío, ¿a qué clase de misión imposible quieres arrastrarnos?—dijo Tibi—. No nos vayas a
salir como el anuncio de la azafata que va a tu asiento con un violín en la mano y te pregunta:
"¿Paganini o Mozart?", cuando en realidad lo que quiere es que no molestes y te hundas en tu
asiento durante todo el viaje.
—No te preocupes, recuerda que un optimista empedernido como yo siempre piensa que
lo que va mal puede salir peor.
Mi mejor aliada me estaba dando la espalda. Los gemelos querían fulminarme. Traté de
salir del trance.
—En serio, simplemente estuve de acuerdo con su mamá. Poli y Mario están por elegir
carrera, mientras que en un abrir y cerrar de ojos tú estarás haciendo lo mismo. Creo que lo
que su mamá quiere decirnos es que los viajes ilustran y cansan. Luego de viajar pensamos:
"esto me gustó y esto no", y a final uno se queda con lo que desea.
—Pues yo sólo sé que si apesta, es química —replicó Mario.
—Y si se retuerce y pica, es biología —agregó Poli—; o si está en blanco, es matemáticas.
—Si no tiene sentido, es economía y psicología —acotó Tibi.
—Y si no funciona, es física.
—En ese caso —dije, resignado—, tal vez juntos podamos descubrir el espíritu de aventura
de quienes encontraron inspiración en todos estos horrores científicos a lo largo de sus vidas,
a veces hasta toparse con la muerte al tratar de resolver los enigmas de tanta necesidad.
Quizá mirar el paisaje que ellos observaron cada día desde sus ventanas o andar por las calles
y puentes que ellos pisaron pueda ayudarnos a encontrar nuestra propia locura, la frase que
nos hace falta para continuar nuestra historia en blanco.
Mi franqueza movió el corazón de Poli, quien dijo:
—Bueno, al menos no has dicho que vamos a cocinarnos en algún centro turístico.
También logré desilusionarla entonces, pues nuestro recorrido incluía sitios y
monumentos. Pero, en cierta forma y por la manera en cómo nos moveríamos, en efecto,
podíamos decir que este era un viaje diferente.
—De todos modos, cada quien podrá hacer lo que quiera después del paseo "oficial" —
agregó Mario—. ¿No?
—Claro —respondí—, si te quedan ganas.
—¡Ay! —dijo Poli a su hermano—, ¡cómo te gusta verlo todo con los ojos de la Malagueña!
—¿Para hacer qué? —preguntó Tlbi, asaltada de pronto por la duda.
—No sé, destripar niñas preguntonas —respondió él.
—Bueno, basta —dijo la madre—, ¿van o no?
—Sólo si el primer día hay helado de guanábaní —dijo Tibi.
Los gemelos no opusieron mayor resistencia. Puesto que la idea no había sido mía sino de
mi hermana, y mi única tarea consistía en hacerla realidad, dijo entonces: —Trato hecho. En
una semana nos vamos a Yucatán.
Antes de despedirnos, Mario me inquirió:
—¿A poco son muy fregones los científicos que vamos a visitar?
—A las pruebas me remito —respondí, confiado, mirándolo a los ojos.
Luego tomé mi libreta necesidades urgentes, citas probables y deseos de viaje, y anoté la
petición de Tibi.
ALGO MÀS DE COMICS
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