Galileo Galilei
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COSMOS DE CARL SAGAN
El enfrentamiento histórico entre las dos concepciones del Cosmos centrado en la Tierra o
centrado en el Sol alcanzó su punto culminante en los siglos dieciséis y diecisiete en la
persona de un hombre que, como Tolomeo, era astrólogo y astrónomo a la vez. Vivió en una
época en que el espíritu humano estaba aprisionado y la mente encadenada; en que las
formulaciones eclesiásticas hechas un milenio o dos antes sobre cuestiones científicas se
consideraban más fidedignas que los descubrimientos contemporáneos realizados con
técnicas inaccesibles en la antigüedad; en que toda desviación incluso en materias teológicas
arcanas, con respecto a las preferencias doxológicas dominantes tanto católicas como
protestantes, se castigaba con la humillación, la tribulación, el exilio, la tortura o la muerte.
Los cielos estaban habitados por ángeles, demonios y por la mano de Dios, que hacía girar
las esferas planetarias de cristal. No había lugar en la ciencia para la idea de que
subyaciendo a los fenómenos de la Naturaleza pudiese haber leyes físicas. Pero el esfuerzo
valiente y solitario de este hombre iba a desencadenar la revolución científica moderna.
Johannes Kepler nació en Alemania en 1571 y fue enviado de niño a la escuela del seminario
protestante de la ciudad provincial de Maulbronn para que siguiese la carrera eclesiástica.
Era este seminario una especie de campo de entrenamiento donde adiestraban mentes
jóvenes en el uso del armamento teológico contra la fortaleza del catolicismo romano.
Kepler, tenaz, inteligente y ferozmente independiente soportó dos inhóspitos años en la
desolación de Maulbronn, convirtiéndose en una persona solitaria e introvertido, cuyos
pensamientos se centraban en su supuesta indignidad ante los ojos de Dios. Se arrepintió
de miles de pecados no más perversos que los de otros y desesperaba de llegar a alcanzar
la salvación.
Pero Dios se convirtió para él en algo más que una cólera divina deseosa de propiciación. El
Dios de Kepier fue el poder creativo del Cosmos. La curiosidad del niño conquistó su propio
temor. Quiso conocer la escatología del mundo; se atrevió a contemplar la mente de Dios.
Estas visiones peligrosas, al principio tan insustanciales como un recuerdo, llegaron a ser la
obsesión de toda una vida. Las apetencias cargadas de hibris de un niño seminarista iban a
sacar a Europa del enclaustramiento propio del pensamiento medieval.
Las ciencias de la antigüedad clásica habían sido silenciadas hacía más de mil años, pero en
la baja Edad Media algunos ecos débiles de esas voces, conservados por los estudiosos
árabes, empezaron a insinuarse en los planes educativos europeos. En Maulbronn, Kepler
sintió sus reverberaciones estudiando, a la vez que teología, griego y latín, música y
matemáticas. Pensó que en la geometría de Euclides vislumbraba una imagen de la
perfección y del esplendor cósmico. Más tarde escribió: La Geometría existía antes de la
Creación. La Geometría ofreció a Dios un modelo para la Creación... La Geometría es Dios
mismo.
En medio de los éxtasis matemáticos de Kepler, y a pesar de su vida aislada, las
imperfecciones del mundo exterior deben de haber modelado también su carácter. La
superstición era una panacea ampliamente accesible para la gente desvalida ante las
miserias del hambre, de la peste y de los terribles conflictos doctrinales. Para muchos la
única certidumbre eran las estrellas, y los antiguos conceptos astrológicos prosperaron en los
patios y en las tabernas de una Europa acosada por el miedo. Kepler, cuya actitud hacia la
astrología fue ambigua toda su vida, se preguntaba por la posible existencia de formas
ocultas bajo el caos aparente de la vida diaria. Si el mundo lo había ingeniado Dios, ¿no
valía la pena examinarlo cuidadosamente? ¿No era el conjunto de la creación una expresión
de las armonías presentes en la mente de Dios? El libro de la Naturaleza había esperado
más de un milenio para encontrar un lector.
En 1589, Kepler dejó Maulbronn para seguir los estudios de sacerdote en la gran
Universidad de Tübingen, y este paso fue para él una liberación. Confrontado a las
corrientes intelectuales más vitales de su tiempo, su genio fue inmediatamente reconocido
por sus profesores, uno de los cuales introdujo al joven estudiante en los peligrosos misterios
de la hipótesis de Copémico.
Un universo heliocéntrico hizo vibrar la cuerda religiosa de Kepler, y se abrazó a ella con
fervor. El Sol era una metáfora de Dios, alrededor de la cual giraba todo lo demás. Antes de
ser ordenado se le hizo una atractiva oferta para un empleo secular que acabó aceptando,
quizás porque sabía que sus aptitudes para la carrera eclesiástica no eran excesivas. Le
destinaron a Graz, en Austria, para enseñar matemáticas en la escuela secundaria, y poco
después empezó a preparar almanaques astronómicos y meteorológicos y a confeccionar
horóscopos. Dios proporciona a cada animal sus medios de sustento escribió , y al
astrónomo le ha proporcionado la astrología.
Kepler fue un brillante pensador y un lúcido escritor, pero fue un desastre como profesor.
Refunfuñaba. Se perdía en digresiones. A veces era totalmente incomprensible. Su primer
año en Graz atrajo a un puñado escaso de alumnos; al año siguiente no había ninguno. U
distraía de aquel trabajo un incesante clamor interior de asociaciones y de especulaciones
que rivalizaban por captar su atención. Y una tarde de verano, sumido en los intersticios de
una de sus interminables clases, le visitó una revelación que iba a alterar radicalmente el
futuro de la astronomía. Quizás dejó una frase a la mitad, y yo sospecho que sus alumnos,
poco atentos, deseosos de acabar el día apenas se dieron cuenta de aquel momento
histórico.
En la época de Kepler sólo se conocían seis planetas: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte,
Júpiter y Saturno. Kepier se preguntaba por qué eran sólo seis. ¿Por qué no eran veinte o
cien? ¿Por qué sus órbitas presentaban el espaciamiento que Copérnico había deducido?
Nunca hasta entonces se había preguntado nadie cuestiones de este tipo. Se conocía la
existencia de cinco sólidos regulares o platónicos , cuyos lados eran polígonos regulares, tal
como los conocían los antiguos matemáticos griegos posteriores a Pitágoras. Kepler pensó
que los dos números estaban conectados, que la razón de que hubiera sólo seis planetas era
porque había sólo cinco sólidos regulares, y que esos sólidos, inscritos o anidados uno
dentro de otro, determinarían las distancias del Sol a los planetas. Creyó haber reconocido
en esas formas perfectas las estructuras invisibles que sostenían las esferas de los seis
planetas. Llamó a su revelación El Misterio Cósmico. La conexión entre los sólidos de
Pitágoras y la disposición de los planetas sólo permitía una explicación: la Mano de Dios, el
Geómetra.
Kepler estaba asombrado de que él, que se creía inmerso en el pecado, hubiera sido
elegido por orden divina para realizar ese descubrimiento. Presentó una propuesta para que
el duque de Württemberg le diera una ayuda a la investigación, ofreciéndose para supervisar
la construcción de sus sólidos anidados en un modelo tridimensional que permitiera
vislumbrar a otros la grandeza de la sagrada geometría. Añadió que podía fabricarse de
plata y de piedras preciosas y que serviría también de cáliz ducal. La propuesta fue
rechazada con el amable consejo de que antes construyera un ejemplar menos caro, de
papel, a lo cual puso en seguida manos a la obra: El placer intenso que he experimentado
con este descubrimiento no puede expresarse con palabras... No prescindí de ningún cálculo
por difícil que fuera. Dediqué días y noches a los trabajos matemáticos hasta comprobar que
mi hipótesis coincidía con las órbitas de Copémico o hasta que mi alegría se desvaneciera en
el aire. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, los sólidos y las órbitas planetarias no
encajaban bien. Sin embargo, la elegancia y la grandiosidad de la teoría le persuadieron de
que las observaciones debían de ser erróneas, conclusión a la que han llegado muchos otros
teóricos en la historia de la ciencia cuando las observaciones se han mostrado recalcitrantes.
Había entonces un solo hombre en el mundo que tenía acceso a observaciones más exactas
de las posiciones planetarias aparentes, un noble danés que se había exiliado y había
aceptado el empleo de matemático imperial de la corte del sacro emperador romano, Rodolfo
11. Ese hombre era Tycho Brahe. Casualmente y por sugerencia de Rodolfo, acababa de
invitar a Kepler, cuya fama matemática estaba creciendo, a que se reuniera con él en Praga.
Kepler, un maestro de escuela provinciano, de orígenes humildes, desconocido de todos
excepto de unos pocos matemáticos, sintió desconfianza ante el ofrecimiento de Tycho
Brahe. Pero otros tomaron la decisión por él. En 15 98 lo arrastró uno de los muchos
temblores premonitorios de la venidera guerra de los Treinta Años. El archiduque católico
local, inamovible en sus creencias dogmáticas, juró que prefería convertir el país en un
desierto que gobernar sobre herejes '
Los protestantes fueron excluidos del poder político y económico, la escuela de Kepler
clausurado, y prohibidas las oraciones, libros e himnos considerados heréticos. Después, se
sometió a los ciudadanos a exámenes individuales sobre la firmeza de sus convicciones
religiosas privadas: quienes se negaban a profesar la fe católica y romana eran multados con
un diezmo de sus ingresos, y condenados, bajo pena de muerte, al exilio perpetuo de Graz.
Kepler eligió el exilio: Nunca aprendí a ser hipócrita. La fe es para mí algo serio. No juego
con ella.
Al dejar Graz, Kepler, su mujer y su hijastro emprendieron el duro camino de Praga. Su
matrimonio no era feliz. Su mujer, crónicamente enferma y que acababa de perder a dos
niños pequeños, fue calificada d¿ estúpida, malhumorada, solitaria, melancólica . No había
entendido nada del trabajo de su marido; provenía de la pequeña nobleza rural y despreciaba
la profesión indigente de él. Por su parte él la sermoneaba y la ignoraba alternativamente;
mis estudios me hicieron a veces desconsiderado, pero aprendí la lección, aprendí a tener
paciencia con ella. Cuando veía que se tomaba mis palabras a pecho, prefería morderme el
propio dedo a continuar ofendiéndola . Pero Kepler seguía preocupado con su trabajo.
Se imaginó que los dominios de Tycho serían un refugio para los males del momento, el
lugar donde se confirmaría su Misterio Cósmico. Aspiraba a convertirse en un colega del
gran Tycho Brahe, quien durante treinta y cinco años se había dedicado, antes de la
invención del telescopio, a la medición de un universo de relojería, ordenado y preciso. Las
expectativas de Kepler nunca se cumplieron. El propio Tycho era un personaje extravagante,
adornado con una nariz de oro, pues perdió la original en un duelo de estudiantes disputando
con otro la preeminencia matemática. A su alrededor se movía un bullicioso séquito de
ayudantes, aduladores, parientes lejanos y parásitos varios. Las juergas inacabables, sus
insinuaciones e intrigas, sus mofas crueles contra aquel piadoso y erudito patán llegado del
campo deprimían y entristecían a Kepler: Tycho es... extraordinariamente rico, pero no sabe
hacer uso de su riqueza. Uno cualquiera de sus instrumentos vale más que toda mi fortuna y
la de mi familia reunidas.
Kepler estaba impaciente por conocer los datos astronómicos de Tycho, pero Tycho se
limitaba a arrojarle de vez en cuando algún fragmento: Tycho no me dio oportunidad de
compartir sus experiencias. Se limitaba a mencionarme, durante una comida y entre otros
temas de conversación, como si fuera de paso, hoy la cifra del apogeo de un planeta,
mañana los nodos de otro... Tycho posee las mejores observaciones... También tiene
colaboradores. Solamente carece del arquitecto que haría uso de todo este material. Tycho
era el mayor genio observador de la época y Kepier el mayor teórico. Cada uno sabía que
por sí solo sería incapaz de conseguir la síntesis de un sistema del mundo coherente y
preciso, sistema que ambos consideraban inminente. Pero Tycho no estaba dispuesto a
regalar toda la labor de su vida a un rival en potencia, mucho más joven. Se negaba
también, por algún motivo, a compartir la autoría de los resultados conseguidos con su
colaboración, si los hubiera. El nacimiento de la ciencia moderna hija de la teoría y de la
observación se balanceaba al borde de este precipicio de desconfianza mutua. Durante los
dieciocho meses que Tycho iba a vivir aún, los dos se pelearon y se reconciliaron
repetidamente. En una cena ofrecida por el barón de Rosenberg, Tycho, que había bebido
mucho vino, dio más valor a la cortesía que a su salud y resistió los impulsos de su cuerpo
por levantarse y excusarse unos minutos ante el barón. La consecuente infección urinaria
empeoró cuando Tycho se negó resueltamente a moderar sus comidas y sus bebidas. En su
lecho de muerte legó sus observaciones a Kepler, y en la última noche de su lento delirio iba
repitiendo una y otra vez estas palabras, como si compusiera un poema: 'Que no crean que
he vivido en vano... Que no crean que he vivido en vano.'
Kepler, convertido después de la muerte de Tycho en el nuevo matemático imperial,
consiguió arrancar a la recalcitrante familia de Tycho las observaciones del astrónomo. Pero
los datos de Tycho no apoyaban más que los de Copémico su conjetura de que las órbitas
de los planetas estaban circunscritas por los cinco sólidos platónicos. Su Misterio Cósmico
quedó totalmente refutado por los descubrimientos muy posteriores de los planetas Urano,
Neptuno y Plutón; no hay más sólidos 6 platónicos que permitan determinar su distancia al
Sol. Los sólidos pitagóricos anidados tampoco dejaban espacio para la luna terráquea, y el
descubrimiento por Galileo de las cuatro lunas de Júpiter era también desconcertante. Pero
en lugar de desanimarse, Kepler quiso encontrar más satélites y se preguntaba cuántos
satélites tenía que tener cada planeta. Escribió a Galileo: Empecé a pensar inmediatamente
en posibles adiciones al número de los planetas que no transtomaran mi Mysteiium
Cosmographicum, según el cual los cinco sólidos regulares de Euclides no permiten más de
seis planetas alrededor del Sol... Desconfío tan poco de la existencia de los cuatro planetas
circumjovianos, que suspiro por tener un telescopio, para anticiparme a vos, si es posible, y
descubrir dos más alrededor de Marte, como la proporción parece exigir, seis u ocho
alrededor de Satumo y quizás uno
alrededor de Mercurio y también de Venus. Marte tiene dos pequeñas lunas y el mayor
accidente geológico de la mayor de ellas se llama hoy en día Sierra de Kepler, en honor de
su descubridor. Pero se equivocó totalmente con respecto a Satumo, Mercurio y Venus; y
Júpiter tiene muchas más lunas de las que Galileo descubrió. Todavía ignoramos por qué
hay sólo unos nueve planetas, y por qué sus distancias relativas al Sol son como son. (Ver
capítulo 8.)
Tycho realizó sus observaciones de¡ movimiento aparente entre las constelaciones de
Marte y de otros planetas a lo largo de muchos años. Estos datos, de las últimas décadas
anteriores a la invención del telescopio, fueron los más exactos obtenidos hasta entonces.
Kepler trabajó con una intensidad apasionada para comprenderlos: ¿Qué movimiento real
descrito por la Tierra y por Marte alrededor del Sol podía explicar, dentro de la precisión de
las medidas, el movimiento aparente de Marte en el cielo, incluyendo los rizos retrógrados
que describe sobre el fondo de las constelaciones? Tycho había recomendado a Kepler que
estudiara Marte porque su movimiento aparente parecía el más anómalo, el más difícil de
conciliar con una órbita formada por círculos. (Kepler escribió posteriormente por si el lector
se aburría con sus múltiples cálculos: Si te cansa este procedimiento tedioso, compadécete
de mí que hice por lo menos setenta intentos. )
Pitágoras, en el siglo sexto a. de C., Platón, Tolomeo y todos los astrónomos cristianos
anteriores a Kepler, daban por sentado que los planetas se movían siguiendo caminos
circulares. El círculo se consideraba una forma geométrico perfecta , y también los planetas
colocados en lo alto de los cielos, lejos de la 1 4 corrupción terrenal, se consideraban
perfectos en un sentido místico. Galileo, Tycho y Copérnico creían igualmente en un
movimiento circular y uniforme de los planetas, y el último de ellos afirmaba que la mente se
estremece sólo de pensar en otra cosa , porque sería indigno imaginar algo así en una
Creación organizada de la mejor manera posible . Así pues, Kepler intentó al principio
explicar las observaciones suponiendo que la Tierra y Marte se movían en órbitas circulares
alrededor del Sol.
Después de tres años de cálculos creyó haber encontrado los valores correctos de una
órbita circular marciana, que coincidía con diez de las observaciones de Tycho con un error
de dos minutos de arco. Ahora bien, hay 60 minutos de arco en un grado angular, y 90
grados en un ángulo recto desde el horizonte al cenit. Por lo tanto, unos cuantos minutos de
arco constituyen una cantidad muy pequeña para medir, sobre todo sin un telescopio. Es
una quinceava parte del diámetro angular de la luna llena vista desde la Tierra. Pero el
éxtasis inminente de Kepler pronto se convirtió en tristeza, porque dos de las observaciones
adicionales de Tycho eran incompatibles con la órbita de Kepler con una diferencia de ocho
minutos de arco:
La Divina Providencia nos ha concedido un observador tan diligente en la persona de Tycho
Brahe que sus observaciones condenan este... cálculo a un error de ocho minutos; es cosa
buena que aceptemos el regalo de Dios con ánimo agradecido... Si yo hubiera creído que
podíamos ignorar esos ocho minutos hubiera apañado mi hipótesis de modo
correspondiente. Pero esos ocho minutos, al no estar permitido ignorarlos, señalaron el
camino hacia una completa reforma de la astronomía.
La diferencia entre una órbita circular y la órbita real solamente podía distinguirse con
mediciones precisas y con una valerosa aceptación de los hechos: El universo lleva impreso
el ornamento de sus proporciones armónicas, pero hay que acomodar las armonías a la
experiencia. Kepier quedó muy afectado al verse en la necesidad de abandonar una órbita
circular y de poner en duda su fe en el Divino Geómetra. Una vez expulsados del establo de
la astronomía los círculos y las espirales, sólo le quedó, como dijo él, una carretada de
estiércol , un círculo alargado, algo así como un óvalo.
Kepler comprendió al final que su fascinación por el círculo había sido un engaño. La Tierra
era un planeta, como Copémico había dicho, y para Kepier era del todo evidente que la
perfección de una Tierra arrasada por las guerras, las pestes, el hambre y la infelicidad,
dejaba mucho que desear. Kepler fue una de las primeras personas desde la antigüedad en
proponer que los planetas son objetos materiales compuestos, como la Tierra, de sustancia
imperfecta. Y si los planetas eran imperfectos , ¿por qué no habían de serio también sus
órbitas? Probó con varias curvas ovaladas, las calculó y las desechó, cometió algunos
errores aritméticos (que al principio le llevaron a rechazar la solución correcta), pero meses
después y ya un tanto desesperado probó la fórmula de una elipse, codificada por primera
vez en la Biblioteca de Alejandría por Apolonio de Pérgamo. Descubrió que encajaba
maravillosamente con las observaciones de Tycho: la verdad de la naturaleza, que yo había
rechazado y echado de casa, volvió sigilosamente por la puerta trasera, y se presentó
disfrazada para que yo la aceptara... Ah, ¡qué pájaro más necio he sido!
Kepler había descubierto que Marte giraba alrededor del Sol siguiendo no un círculo sino
una elipse. Los otros planetas tienen órbitas mucho menos elípticas que Marte, y si Tycho le
hubiera aconsejado estudiar el movimiento, por ejemplo de Venus, Kepler nunca hubiera
descubierto las órbitas verdaderas de los planetas. En este tipo de órbitas el Sol no está en
el centro, sino desplazado, en un foco de la elipse. Cuando un planeta cualquiera está en su
punto más próximo al Sol, se acelera. Cuando está en el punto más lejano, va más lento. Es
éste el movimiento que nos permite decir que los planetas están siempre cayendo hacia el
Sol sin alcanzarlo nunca. La primera ley del movimiento planetario de Kepler es simplemente
ésta: Un planeta se mueve en una elipse con el Sol en uno de sus focos.
En un movimiento circular uniforme, un cuerpo recorre en tiempos iguales un ángulo igual o
una fracción igual del arco de un círculo. Así, por ejemplo, se precisa el doble de tiempo
para recorrer dos tercios de una circunferencia que para recorrer sólo un tercio de ella.
Kepier descubrió que en una órbita elíptica las cosas son distintas. El planeta, al moverse a
lo largo de su órbita, barre dentro de la elipse una pequeña área en forma de cuña. Cuando
está cerca del Sol, en un período dado de tiempo traza un arco grande en su órbita, pero el
área representada por ese arco no es muy grande, porque el planeta está entonces cerca del
Sol. Cuando el planeta está alejado del Sol cubre un arco mucho más pequeño en el mismo
período de tiempo, pero ese arco corresponde a una área mayor, pues el Sol está ahora más
distante. Kepler descubrió que estas dos áreas eran exactamente iguales, por elíptica que
fuese la órbita: el área alargada y delgada correspondiente al planeta cuando está alejado del
Sol, y el área más corta y rechoncha cuando está cerca del Sol, son exactamente iguales.
Ésta es la segunda ley del movimiento planetario de Kepier: Los planetas barren áreas
iguales en tiempos iguales.
Las primeras dos leyes de Kepler pueden parecer algo remotas y abstractas: los planetas
se mueven formando elipses y barren áreas iguales en tiempos iguales. Bueno, ¿y qué? El
movimiento circular es más fácil de comprender. Quizá tendamos a dejar de lado estas leyes
como meros pasatiempos matemáticos que no tienen mucho que ver con la vida diaria,. Sin
embargo, éstas son las leyes que obedece nuestro planeta mientras nosotros, pegados a la
superficie de la Tierra, volteamos a través del espacio interplanetario. Nosotros nos
movemos de acuerdo con leyes de la naturaleza que Kepler descubrió por primera vez.
Cuando enviarnos naves espaciales a los planetas, cuando observamos estrellas dobles,
cuando estudiamos el movimiento de las' galaxias lejanas, comprobamos que las leyes de
Kepler son obedecidas en todo el universo.
Años después, Kepler descubrió su tercera y última ley del movimiento planetario, una ley
que relaciona entre sí el movimiento de varios planetas, que da el engranaje correcto del
aparato de relojería del sistema solar. La describió en un libro llamado Las armonías del
Mundo. La palabra armonía tenía para Kepler muchos significados: el orden y la belleza del
movimiento planetario, la existencia de leyes matemáticas explicativas de ese movimiento
una idea que proviene de Pitágoras e incluso la armonía en sentido musical, la armonía de
las esferas .
Aparte de las órbitas de Mercurio y de Marte, las órbitas de los otros planetas se desvían
tan poco de la circularidad que no podemos distinguir sus formas reales aunque utilicemos un
diagrama muy preciso. La Tierra es nuestra plataforma móvil desde la cual observamos el
movimiento de los otros planetas sobre el telón de fondo de las constelaciones lejanas. Los
planetas interiores se mueven rápidamente en sus órbitas, a esto se debe el nombre de
Mercurio: Mercurio era el mensajero de los dioses. Venus, la Tierra y Marte se mueven
alrededor del Sol, con rapidez menor cada vez. Los otros planetas, como Júpiter y Saturno,
se mueven majestuosa y lentamente, como corresponde a los reyes de los dioses.
La tercera ley de Kepler, o ley armónica, afirma que los cuadrados de los períodos de los
planetas (los tiempos necesarios para completar una órbita) son proporcionales a los cubos
de sus distancias medias al Sol: cuanto más distante está el planeta, más
lento es su movimiento, pero de acuerdo con una ley matemática
precisa: p2 = a3, donde P representa el período de rotación
alrededor del Sol medido en años, y a la distancia del planeta al
Sol, medida en unidades astronómicas . Una unidad astronómica es la distancia de la
Tierra al Sol. Júpiter, por ejemplo, está a cinco unidades astronómicas del Sol, y a 3 @ 5 x 5
x 5 = 125. ¿Cuál es el número que multiplicado por sí mismo da 125? El 11, desde luego,
con bastante aproximación. Y 11 años es el período de tiempo que Júpiter necesita para dar
una vuelta alrededor del Sol. Un argumento similar es válido para cada planeta, asteroide y
cometa.
Kepler, no satisfecho con haber extraído de la naturaleza las leyes del movimiento
planetario, se empeñó en encontrar alguna causa subyacente aún más fundamental, alguna
influencia del Sol sobre la cinemática de los mundos. Los planetas se aceleraban al
acercarse al Sol y reducían su velocidad al alejarse de él. Los planetas lejanos sentían de
algún modo la presencia del Sol. El magnetismo era también una influencia percibido a
distancia, y Kepler, en una sorprendente anticipación de la idea de la gravitación universal,
sugirió que la causa subyacente estaba relacionada con el magnetismo:
Mi intención en esto es demostrar que la máquina celestial puede compararse no a un
organismo divino sino más bien a un engranaje de relojería... Puesto que casi todos los
múltiples movimientos son ejecutados por medio de una única fuerza magnética muy simple,
como en el caso de un reloj en el cual todos los movimientos son producidos por un simple
peso.
El magnetismo no es, por supuesto, lo mismo que la gravedad, pero la innovación
fundamental de Kepler es en este caso realmente impresionante: Kepler proponía que las
leyes físicas cuantitativas válidas en la Tierra sostienen también las leyes físicas cuantitativas
que gobiernan los cielos. Fue la primera explicación no mística del movimiento de los cielos;
explicación que convertía a la Tierra en una provincia del Cosmos. La astronomía dijo ,
forma parte de la física. Kepler se yergue en una cúspide de la historia; el último astrólogo
científico fue el primer astrofísico.
Kepler, que no era propenso a rebajar el tono de sus afirmaciones valoró sus
descubrimientos con estas palabras:
Con esta sinfonía de voces el hombre puede tocar la eternidad del tiempo en menos de una
hora, y puede saborear en una pequeña medida el deleite de Dios, Artista Supremo... Me
abandono libremente al frenesí sagrado... porque la suerte está echada y estoy escribiendo
el libro; un libro que será leído ahora o en la posteridad, no importa. Puede esperar un siglo
para encontrar un lector, al igual que Dios mismo esperó 6 000 años para tener un testigo.
Kepler creía que dentro de esta sinfonía de voces , la velocidad de cada planeta
corresponde a ciertas notas de la escala musical latina popular en su época: do, re, mi, fa,
sol, la, si, do.
En la armonía de las esferas, los tonos de la Tierra son, según
él, fa y mi, y la Tierra está siempre canturreando fa y mi, notas que corresponden
directamente a la palabra latina hambre . Decía, no sin razón, que esa única y lúgubre
palabra era la mejor descripción de la Tierra.
Justamente ocho días después de que Kepler descubriese su tercera ley, se divulgó en
Praga el incidente que desencadenó la guerra de los Treinta Años. Las convulsiones de la
guerra afectaron a la vida de millones de seres, la de Kepler entre ellas. Perdió a su mujer y
a su hijo en una epidemia que llegó con la soldadesca, su regio patrón fue depuesto y él
mismo excomulgado por la Iglesia luterana a causa de su individualismo intransigente en
materias doctrinales. De nuevo Kepler se convirtió en un refugiado. El conflicto, calificado
de santo por católicos y protestantes, fue más bien una explotación del fanatismo religioso
por gente hambrienta de poder y de tierras. Antes, las guerras acostumbraban a resolverse
cuando los príncipes beligerantes agotaban sus recursos. Pero ahora se recurrió al pillaje
organizado como un medio para mantener en pie de guerra a los combatientes. La
devastada población europea estaba inerme mientras las rejas de los arados y los ganchos
de poda eran requisados y convertidos literalmente en lanzas y espadas. 7
Oleadas de rumores y de paranoia inundaban el campo, afectando particularmente a los
indefensos. Entre las muchas víctimas propiciatorias elegidas se contaban mujeres ancianas
que vivían solas y a las que se acusaba de practicar la brujería: se llevaron así a media
noche a la madre de Kepler, metida en una cesta de la colada. En la pequeña ciudad de
Weil der Stadt, entre 1615 y 1629, un promedio de tres mujeres cada año, eran torturadas y
ajusticiadas por brujas. Y Catalina Kepler era una vieja cascarrabias cuyas disputas
molestaban a la nobleza local, y que además vendía drogas soporíferas y quizás también
alucinógenos, como las actuales curanderas mexicanos. El pobre Kepler creyó que él mismo
había contribuido a su detención.
Lo creyó, porque Kepler había escrito uno de los primeros libros de ciencia ficción, con el fin
de explicar y popularizar la ciencia. Se llamaba Somnium, El sueño. Imaginó un viaje a la
Luna y a los viajeros del espacio situados luego en la superficie lunar observando el
encantador planeta Tierra que giraba lentamente en el cielo sobre ellos. Un cambio de
perspectiva permite imaginar el funcionamiento de los mundos. En la época de Kepier una
de las objeciones básicas a la idea de que la Tierra giraba era que la gente no siente este
movimiento. En el Somnium Kepler intentaba mostrar la rotación de la Tierra como algo
verosímil, espectacular, comprensible: Mi deseo, mientras la multitud no yerre, es estar de
parte de la mayoría. Me esfuerzo, por tanto, en explicar las cosas al mayor número posible
de personas. (En otra ocasión escribió en una carta: No me condenéis completamente a la
rutina del cálculo matemático; dejadme tiempo para las especulaciones filosóficas, mi
verdadero placer. )
Con la invención del telescopio se estaba haciendo posible aquello que Kepler llam
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